25.8.07

La Maldición De Los Veintes

...(y el miedo a lo legítimo)

Dos decenas de pesos mexicanos. Eso son, al final de cuentas, el significado último de esos papelitos azules, más pequeños que el resto y que representan tal denominación. Que lo mismo puede reunirse o representarse juntando dos monedas de diez pesos, cuatro de cinco pesos, diez de dos pesos, veinte de a peso o cuarenta piezas de cincuenta centavos –y ya no sigo las cuentas, porque los trozos acuñados con diez y veinte centavos ya no sirven ni para comprar un chicle ni un minuto de llamada telefónica local (¿creen que el milagro Slim se hizo con tarifas justas?), es más, ni siquiera para una tortilla tras las recientes alzas (será que el maíz transgénico africano y estadounidense vendido como forraje es el más caro de todos).

Incluso –ahora lo recuerdo y pienso que, desperdigados, sobrevivirán aún en el monedero de alguna señora o en los montoncitos de morralla de algún taxista– circuló o tal vez circula una moneda más grande que el resto, con un horrendo poema –elegido seguramente por un burócrata y no por un lector– junto a una efigie aún más horrenda, por irreconocible, del único Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz –Gabriel García Márquez se define colombiano a la hora de los premios, pese a escribir y radicar desde hace años en la Ciudad de México.

En fin, el asunto al que me quería referir antes de estos sinuosos desvíos y desvaríos, era a la extraña problemática que se cierne sobre el papel moneda de veinte pesos. Primero, ya les digo, porque existen a la par en una moneda que es mucho más difícil de encontrar o de recibir que las minucias de diez y veinte centavos, no obstante que estas últimas son las más inservibles de todas. Pero luego está el problema del papel.

Porque, en efecto, hay un billete de veinte pesos. Azulito y más pequeño que los demás. Pero con una particularidad que lo hace exótico: es el único billete, para ser exactos la única denominación –junto con el de 50 pesos, al que recientemente le ocurrió lo mismo– que no está impresa en papel moneda, sino en papel plastificado, en un material llamado polímero. Irrompible, incombustible y hasta inarrugable nos aseguraron. Sobre todo, imposible de falsificar, nos prometieron. ¿Y quién iba a querer, me pregunto yo, falsificar sólo billetes de veinte y de cincuenta e ignorar los de a cien, los de doscientos, los de quinientos o los de mil pesos? Si yo comprara tinta azul para falsificar billetes, seguro que lo intentaría con los de mil pesos y no con los de veinte, así que ¡valiente plastificación!

El hecho se debe, más bien, a que los plastiquitos de veinte y de cincuenta pesos son los que más se utilizan por la plebe de en este país tan boyante en lo económico, tan pletórico de riquezas y de bienes, que sólo verá de lejos la riqueza y la abundancia, y tendrá que administrar sus dineros mayormente en estas denominaciones. Supongo que el Banco de México usó la misma lógica que quienes envuelven en plástico desde los controles remotos hasta la sala de su casa, para que “no se gasten”.

De nuevo con estas lucubraciones incorregibles. Ustedes perdonarán este relajamiento mental, imparable, que sufro. Incontinencia mental, llamémoslo. Vuelvo al punto: qué vicisitudes tan extrañas para un billete inusitado, porque además, su denominación podría haber sido de veinticinco pesos pues los billetes crecen y decrecen al doble o a la mitad, entonces, veinticinco era el que correspondía, ¿no cree?

El asunto es que una nueva tempestad se cierne sobre estos billetitos –sí, siguen siendo los más pequeños de todos– pues el Banco de México nos amenaza con cambiarlos de vuelta. Y eso que los habían anunciado hace pocos años, con bombo y platillo como indestructibles, resistentes, casi inmortales. Pues el hecho es que billete de veinte pesos, como lo conocemos ahora, desaparecerá. Dejará de existir. No resultó tan duradero como se publicitaba.

En él aparece nuevamente el Benemérito de las Américas, es decir Benito Juárez el prócer del panteón de la historia patria, al que le tocó aparecer , permanecerá ahí, aunque más pequeño, en ovalito y no como busto, recortado pues.

Pero ese Benemérito recortado no es el único cambio. El más notorio es que el gran águila republicana ya no aparecerá acompañando al señor Juárez García. Así es, el ave de caza, con alas extendidas y devorando de frente a una serpiente sobre una nopalera encima de un ramo de oliva y otro de laurel, ha sido excluida de los nuevos billetes.

A cambio nos ofrecen un libro abierto que se quiere como símbolo de las Leyes de Reforma y un aguilita republicana arriba de los párrafos. Sobre el volumen, una balanza representando, me imagino, a la justicia, perfectamente equilibrada.

Pero no sólo eso. En el anverso nos esperan más sorpresas. Solía verse ahí un grabado amplio del Hemiciclo en el que la patria agradece los servicios del jurista y presidente liberal, erigido en su memoria y que permanece justo a la mitad de la Alameda Central de la Ciudad de México.

Ahora veremos una vista panorámica de Monte Albán, principal zona arqueológica oaxaqueña, es decir zapoteca, con un par de piezas, un pendiente hallado en la zona y un mascarón de la divinidad de la lluvia y el trueno, Cocijo. Este cambio, claro, busca claramente promover el turismo nacional e internacional en el estado sureño pese a la paz social que su gobernador, Ulises Ruiz le ha procurado (un empujoncito federal más para reafirmar las instituciones políticas oaxaqueñas no está de más cuando el movimiento de la APPO todavía está ahí).

Además, el billete se reduce todavía más, siete milímetros respecto del anterior, de por sí el pequeño de todos. Y una palomita rosa que, supongo, querrá simbolizar la paz o a los pacíficos o quizá sea una rememoración melancólica de aquella moneda casi extinta con el poeta Octavio Paz. En fin, no lo sé. Eso sí, la tinta azul adopta un tono más suave, naturalmente más pacífico (y no, no creo que el tono busque acercarse más al de cierto partido conservador actualmente en el poder, eso sería un exceso).

El asunto es que se buscará que el nuevo plastiquito de veinte pesos sea aún más irrepetible y, por lo tanto, infalsificable (insisto, si compro tinta azul les aseguro que me concentraré absolutamente en los billetes de mil pesos, por mí que les sigan poniendo seguros y candados a los plastiquitos que valen veinte). Esta medida combate las 168 piezas falsas que fueron halladas en el 2006 y nos deja más tranquilos. Debemos proteger primero al billete menos falsificado, y dejar para el 2008 e incluso para el 2011 la protección de los que más son producidos de manera clandestina (ya ven, mi recomendación es real: de cada millón de billetes de veinte pesos circulando, 0.7 son falsos; ah, pero en el caso del papel moneda de mil pesos, circulan 50.3 de cada millón producidos de manera ilegal).

Y claro, este arduo proceso es una más de las medidas para que vivamos mejor todos (y todas, ya lo sé, es lo política y oralmente correcto) los mexicanos (y las mexicanas, lo mismo que en el paréntesis anterior) tiene sus sacrificios. Es cuestión de espacio y de productividad, simplemente. No se vaya a pensar que se hace para evitar que un billete oficial muestre el emblema adoptado por el movimiento ciudadano primero de la Convención Nacional Democrática y luego del llamado Gobierno Legítimo de México, instaurado entre quienes piensan que se cometió un fraude por muy diversos y variados frentes para impedir que Andrés Manuel López Obrador se convirtiera, como presuntamente correspondía, en Presidente de la República para el actual sexenio.

Jamás. Qué podría preocuparle a un gobierno que aparece a todas horas en anuncios televisivos y en noticiarios, enfrentar a un rival derrotado, que prácticamente no ha aparecido en televisión ni en radio desde hace un año y cuyos seguidores disminuyen día con día. Es más, con un tipo que exige acciones demenciales y que incluso ya hartó a muchos miembros de su propio partido, que representan, indudablemente, a la izquierda moderna y no a la populista y antediluviana.

Si la gente que lo sigue es minoría. Si sus discursos no se escuchan. Si los medios no le siguen el juego. Si su programa televisivo aparece los martes entre un mar de infomerciales, luego de videos musicales de Yahir y luego del gran programa del libre pensamiento y la crítica llamado Tercer Grado. Si su propio partido ya cambió de grupo en el poder. Si los gobernadores de la misma fórmula del sol azteca ya se tomaron la foto con el presidente de todos (sí, de todos los mexicanos vestidos de verde olivo). En fin, si sigue en campaña cuando ya pasaron doce meses de las elecciones presidenciales. ¿Qué importancia tiene el gran derrotado del sexenio?

Aún así, el billete cambió. Y desde el lunes 20 de agosto podremos comprobarlo, ya que comenzarán a circular en todo el país.

Y ya que al gobierno federal no le importa, les propongo una pequeña labor de resistencia civil pacífica. ¿Qué les parece si comenzamos por juntar todos los billetes de a veinte que tengamos, aunque tengan el águila republicana liberal y el Hemiciclo a Juárez (sin Jesusa Rodríguez ni los renegados, que ya lo tomaron como sitio de reunión habitual pero que, pese a tal persistencia, no aparecieron en esa foto)? Y luego, a partir del siguiente lunes, no aceptar los nuevos y ahora sí infalsificables, incombustibles, inimitables y renovadísimos billetes de a veinte pesos con todo y su librito, su balanza y su Monte Albán sin appistas. A cambio podemos juntar dos monedas de a diez, cuatro de a cinco, o buscar, aunque sea difícil, esas raras monedas con un Octavio Paz que ni se parece al poeta ya muerto.

Y usar los billetes para volverlos dinero legítimo en cada manifestación o reunión que sostengamos. O bien, donarlos todos para apoyar al Gobierno Legítimo de México dándolos de mano a algún representante o colocando urnas para ello.

De este modo, quizás, estos billetes de veinte pesos, dejen de sufrir tan mala fortuna.

O al menos se muestre la gran fuerza de este movimiento ciudadano surgido a partir del robo electoral del 2 de julio de 2006. O por lo menos se proteste contra esta maniobra que no sólo busca acallar a la Presidencia Legítima, sino, de nuevo, la voz y el voto de millones de mexicanos, y por supuesto ocultar la historia de la Nación. O ya, de plano, para sostenernos como renegados, como rebeldes si causa ante la tristísima administración federal actual.

De todos modos, si yo consiguiera tinta azul para falsificar billetes, preferiría imitar los de mil pesos. Hasta en la falsificación los veinte pesos tienen mala fortuna. ¿O será Benito Juárez el salado?

Defendamos también el águila republicana y en ello defenderemos al México profundo.

Atentamente:

el ocioso Sergio Raúl López.

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