Lo Que Queda Del Cervantino...
Sergio Raúl López
El miércoles cuatro de octubre se canceló el carácter cultural y artístico del encuentro más prestigiado de América Latina. Las decenas de retenes, las vallas y el resguardo de las fuerzas de seguridad pública estatal y municipal, coordinados por el Estado Mayor Presidencial para evitar las protestas electorales contra el presidente Vicente Fox, negaron el espíritu que dio vida al Festival Internacional Cervantino.
Porque las revisiones minuciosas de bolsos y mochilas –incluso de estudiantes de primaria y de señoras recién salidas del mercado–, los interrogatorios exhaustivos y repetitivos –¿a dónde va?, ¿qué pretende hacer?, ¿quién lo invitó a la ceremonia?– y la petición salmódica de una identificación oficial –claro, paradójicamente la credencial electoral para evitar el paso de los electores inconformes– no sólo cancelaron las libertades civiles y el derecho a la libre manifestación de ideas de los guanajuatenses y visitantes que les acompañaban, sino que establecieron un tangible estado de sitio en la inauguración del Festival Internacional Cervantino.
Dos símbolos pueden definir el espíritu del Festival Internacional Cervantino: el porfiriano Teatro Juárez y la plaza pública de la Alhóndiga de Granaditas. Dos recintos para albergar las artes escénicas y musicales: uno cerrado y el otro abierto. Y ambos, durante tres décadas y media, han sido albergue uno privado y el otro masivo, de los públicos que pueblan a la ciudad virreinal durante todos los octubres. Al Juárez no se entra sin boleto. Y a veces el ingreso es un bien codiciado. Todavía se recuerda aquel letrero en los años setenta durante los conciertos de la Filarmónica de Israel dirigida por Leonard Bernstein: “Cambio mi carro por un boleto”.
A cambio, la Alhóndiga es el sitio público por excelencia. El lugar al que se llega masivamente y cuyos mejores áreas se apartan desde muy temprano e incluso desde la noche anterior. Es el rostro comunitario, gratuito, es el patrimonio del pueblo.
Vicente Fox se paseaba por las calles de Guanajuato sin escolta, solo, con confianza. Saludaba a sus gobernados con sonrisas francas y confianza. Se sabía querido, en su propio terruño, en su territorio. Cuando inició su periodo como gobernador rompió con la lejanía y con el protocolo, para acercarse al pueblo. Pero un sexenio en la presidencia lo transformó.
Ahora llegó a Guanajuato con un dispositivo de seguridad exagerado, gigantesco, inexplicable. El confiado gobernador se transformó en un temeroso y receloso mandatario, que se esconde de su propia gente, de sus primeros votantes, de quienes le apoyaron para acceder al poder que le había sido arrebatado por las suciedades electorales del viejo priísmo guanajuatense hoy prácticamente extinto.
Y lo que debía ser fiesta pública, ovaciones por el trabajo hecho tras un sexenio en la silla presidencial se convirtió en un oscuro pasaje del que fuera el festival cultural más importante de Latinoamérica. Pero el que un político tenga miedo del propio pueblo que lo encumbró no era lo más importante. Las vallas que paralizaron Guanajuato capital –y que recordaban el cerco al Congreso de la Unión previo a su último Informe de Gobierno– acabaron con el rasgo cultural y artístico del Cervantino.
Porque la cultura no puede existir bajo resguardo. Ni el arte convivir con un Estado que lo patrocina pero que se defiende del público que acude a disfrutarlo. La gran paradoja del Cervantino y del poder presidencial fue el resguardarse del público que acude fervoroso a disfrutar de la universalidad de la creación humana.
Porque una veintena de manifestantes de la resistencia civil guanajuatense detrás de unas lejanas vallas provocaron la movilización de seiscientos policías estatales y municipales, además de un numeroso contingente del Estado Mayor a lo largo de la cañada sobre la que se erigió la ciudad. Y un puñado de manifestantes portando pancartas dentro de la Alhóndiga repleta fueron motivo suficiente para que células de seis, siete policías los rodearan y los expulsaran del foro abierto. Pero hizo que todos los habitantes de la ciudad sufrieran los bloqueos y las vigilancias.
Tres policías con cuernos de chivo y pistolas escuadra a la entrada de un teatro no hablan precisamente de la libertad artística. Ni permiten la libre circulación de las ideas, tan indispensable para la democracia y tan vital para la circulación de las ideas y la cultura.
Un decreto presidencial ha convertido al Cervantino en una institución autónoma con presupuesto propio. Pero ese mismo poder, el de Vicente Fox, ha cancelado el espíritu mismo del festival. Entre políticos guanajuatenses te veas.
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